LA LEYENDA DE LOS ATABALESDE HATO MAYOR Dagoberto Tejeda Ortiz
Para Sonia Silvestre, Carlitos Reyes y Anthony Ríos
En el proceso de sometimiento de la región Este de la isla de Santo Domingo por los colonizadores españoles, era necesario “pacificar” a sus habitantes para la estabilización y desarrollo. Para que esto sucediera, el gigante de Cutubanamá, un valiente e importante cacique que tenía su guarida en la isla Saona, debía de ser reducido a la obediencia o había que eliminarlo. Juan de Esquivel, capitán español, muy cristiano por cierto, lo apresó, enviándolo a la ciudad de Santo Domingo donde el Comendador Nicolás de Ovando ordenó su ahorcamiento en un lugar público de la ciudad, para que fuera visto por todo el mundo, como escarmiento y para infundir terror.
Como botín de guerra, todas las tierras de Higüey
fueron repartidas, con diversos esclavos africanos incluidos, tocándole al
Rey Carlos V una parte, la cual fue
bautizada con el nombre de “Hato Mayor del Rey”, administrada por Diego Solano
y su hijo, destina a la cría de ganado.
Posteriormente, en 1554, estas pasaron a ser incluido en el Mayorazgo de
Francisco Dávila, el cual era devoto de San Santiago, santo este último que
invocó en 1522 para asesinar a los primeros esclavos que se revelaron en la
isla y en América en contra de este régimen de opresión y desvergüenza, en el
Ingenio azucarero de Diego Colon, en las cercanías de la ciudad de Santo
Domingo.
El núcleo población más importante del poblado era de
origen español, reforzado por un grupo de canarios que salieron de San Carlos
de la ciudad de Santo Domingo En la parte que hoy corresponde a Higüey y a la
Romana habían ingenios azucareros con una significativa cantidad de esclavos africanos, los cuales,
más los llevados exclusivos, fueron distribuidos en las Hatos Ganaderos de Hato
Mayor.
Y aunque los esclavos eran étnicamente de diversos lugares
de África, ya que no llegó el negro, sino los negros, los atabales se
convirtieron en una actividad recreativa en los hatos, donde participaban los
amos, pero al mismo tiempo era una expresión musical-bailable de resistencia e
identidad de los esclavos.
Tiempo después, en 1720, Josefa Dávila Landeche,
esposa de Antonio Coca, heredera de mayorazgo, devota de la Virgen de las Mercedes, regaló una imagen de esta virgen a
la comunidad, la cual fue imitada en 1830 por Doña Mercedes de la Rocha, por el
General Pedro Santana en 1846, por Carlos Vilomar en el1916 y por Don Juan
Barceló en el 1953.
De acuerdo con la tradición, en la batalla de la
Limonade (1691), entre españoles y franceses, los macheteros de Hato Mayor
invocaron a la Virgen de las Mercedes, ganando la batalla, ocurriendo lo mismo
en la Batalla de Palo Hincado en 1808, lo cual indica sus niveles de
popularidad. Aun así, el poblado era
considerado como parroquia, en honor de San José, por parte de la iglesia
católica hasta el 1846, cuando definitivamente fue bautizada como “Parroquia de
las Mercedes”.
Aún así, y se repite la historia de la intervención de
las Mercedes a favor de los españoles, como ocurrió inexplicablemente en Santo
Cerro, pero ahora con interpretación diferente.
De acuerdo con la tradición, en un momento de la gloriosa gesta Restauradora,
los generales Pedro Guillermo y Antonio Guzmán, una noche tenían rodeados los españoles, pero se cuenta que “una joven
vestida de blanco y rodeada de un resplandor indescriptible, subió al
campanario, tocando las campanas de la iglesia y misteriosamente los españoles
lograron salir del poblado sanos y salvos”.
El poblado tenía un núcleo de canarios que hace tiempo
habían llegados de San Carlos, estos lo interpretaron como un milagro, porque
se evitó un baño de sangre. Para
compensar, afirma Juan Romero Sierra, que Doña Mercedes de la Rocha Lendeche,
heredera del mayorazgo, “tuvo una revelación donde la Virgen de las Mercedes, en
1887, “radiante se le presentó en la cabecera de su cama y le pidió que donara
tierras para ampliar el poblado de Hato Mayor para su progreso”. Así se hizo y desde entonces la gratitud del
pueblo a la Virgen es eterno, recordándose ese acontecimiento en el monumento
de Doña Mercedes de la Rocha colocado en el parque central de Hato Mayor, cuya
glorieta es las más significativa y hermosa del país.
Originalmente, en las festividades en honor a San
José, después de la novena, se elegía un rey y una reina los cuales, acompañados
de los devotos, tocando atabales, se dirigían a la enramada de un barrio del
pueblo y allí, por la acción protectora de un “padrino” que cubría todos los
gastos, se realizaba una fiesta colectiva.
El grupo de Palos era de una comunidad rural diferente cada noche al
igual que el “padrino”, que siempre era un potentado, en ofrecimiento de gracias
al santo por promesas cumplidas.
Había un altar en la enramada con una imagen de San
José. El Rey y la Reina, le hacían reverencia, pidiéndole permiso y diciéndose al
centro al centro comenzaban a bailar al son del ritmo musical de los atabales,
entrando los demás bailadores y la fiesta terminaba al amanecer.
Con motivo del sueño de Doña Mercedes cuando donó
tierras para el crecimiento del pueblo a petición de la Virgen de las Mercedes,
realmente se convirtió en su patrona y desde entonces, siguió realizándose la
tradición del baile de atabales, pero ahora, en honor de la Virgen de las
Mercedes, la cual desde hacemos años se viene realizando en el popular barrio
de “Media Chiva”.
En la primera semana de septiembre de 1972, fue
celebrada la primera Semana Cultural de Hato Mayor, organizada por la
Asociación de Estudiantes Universitarios de la UASD, presidida por el hoy
maestro Bolívar Troncoso Morales, donde se le hizo honor a los atabales y
salves, hace 50 años, este 10 de septiembre ha ido retomada con su presencia por
diferentes instituciones, con un festival de estos ritmos folkloricos y la
participación de diversos grupos de salves y atabales.
La tradición de los atables y salves de Hato Mayor es
trascendente porque acrecienta la fe a través del folklore y hace visible una
expresión marginal de resistencia, en función de la identidad, donde la
población afrodescendiente, los tocadores de atabales, han mantenido una
herencia africana, con una hermosa tradición, en un poblado hegemónicamente de
fundación española.
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