lunes, 25 de abril de 2022

CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO Fragmentos de Notas Autobiográficas Recuerdos de la Legión Olvidada (2008) # 31 Los Días Finales de la Guerra de 1965


CAYETANO RODRIGUEZ DEL PRADO
Fragmentos de Notas Autobiográficas
Recuerdos de la Legión Olvidada (2008)
# 31
Los Días Finales de la Guerra de 1965

    Dedicado a Francisco Alberto Caamaño, Presidente de la República, Manuel Ramón Montes Arache, Ministro de Defensa, Juan María Lora Fernández, Jefe de Estado Mayor del Ejército y Héctor Lachapelle, Jefe de Operaciones del Ejército Constitucionalista durante la Guerra de 1965, línea de mando que aceptamos y obedecimos los combatientes del MPD.

         Durante la guerra de 1965, el MPD tuvo algunas divergencias con el Coronel Caamaño, cosa bastante comprensible, dadas las grandes diferencias en el enfoque de la vida y de la lucha que podrían existir entre un coronel de la policía, acompañado de un grupo de militares de parecido historial, por un lado, y un grupo de combatientes surgidos de las más sangrientas luchas contra la tiranía trujillista.  Sin embargo, discutíamos, le expresábamos nuestras opiniones con franqueza, pero manteniendo entre nosotros un profundo sentimiento de respeto mutuo y de gran consideración.
     Analizando el carácter del Coronel Caamaño y su interacción con dirigentes políticos de los más variados matices, el periodista Bonaparte Gautreaux Piñeiro, Vice-Ministro de la Presidencia del gobierno en armas, en su obra “El Tiempo de la Tormenta”, primera Edición, páginas 39 y 40, dice lo que sigue:
     “¿Y a quiénes tuvo el Coronel Caamaño a su lado? A dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano y del Partido Revolucionario Social Cristiano, a comunistas e izquierdistas de los Partidos Socialista Popular y Movimiento Popular Dominicano.” 
     “Comenzaron entonces sus contactos con dirigentes políticos, tales como Luis Lembert Peguero, José Francisco Peña Gómez, Ramón Gabriel Ledesma Pérez, Héctor Aristy Pereyra, Pablo Rafael Casimiro Castro, Virgilio Maynardi Reyna, Santos Sena Pérez, Andrés Lockward Artiles, Teófico quico Tabar, Rafael Martínez, José Israel Cuello Hernández, Asdrúbal Domínguez, Manolo González, Tony y Narciso Isa Conde, Juan y Felix Servio Ducoudray Mansfield, Juan Miguel Román, Fidelio Despradel Roque, Roberto Arturo Duvergé Mejía, Rafael Taveras Rosario (Fafa), Cármen Josefina Lora Iglesias (Piki), Cayetano Rodríguez del Prado, Condesito, Jorge Puello (El Men).”
     “También por primera vez trató con sindicalistas como Miguel Soto, Pedro Julio Evangelista, Marcos de Vargas (El Indio), Teófilo Ortiz (Pata Blanca), entre otros.”
     Y agrega Gautreaux, refiriéndose al Coronel de Abril, “ver el coraje, la entrega, el desinterés y el valor de estos hombres y mujeres, y de muchos otros, tiene que haber producido un choque terrible en su visión de las cosas.” 
    Para entender un poco más la personalidad de Caamaño, narraré una breve historia. Una noche, durante la contienda y aproximadamente a las once, un jeep militar se detuvo en la puerta de la casa de mis tíos Carlos Rodríguez y Violeta. Se trataba de la casa número 79 de la calle Arzobispo Portes, en la zona Constitucionalista. Un militar bajó del vehículo y tocó la puerta: “¡Buenas Noches! ¿Es aquí que viven los tíos de Cayetano?”. Sorprendido, mi tío Carlos le dijo “¡Sí! ¿Qué pasa?”, y en ese momento se acercó la figura del Presidente en Armas diciéndole: “Buenas noches, queremos saber si ustedes nos permiten amanecer aquí”, “Sí, sí, con mucho gusto, entren”. 
     Luego les ofrecieron algo de comer y de beber a Caamaño y a sus dos acompañantes que ellos aceptaron complacidos, y un poco después le mostraron una cama cómoda para dormir. “¡No, de ninguna manera, no se apuren que nosotros dormiremos en el suelo!”. 
     Y así pasaron la noche, pero antes de salir el sol se despidieron y deslizaron sus cuerpos sigilosamente entre las sombras de las oscuras calles de la ciudad que, aunque dormida, seguía escribiendo cada día una página de oro en el libro de los hechos heroicos.
     Eran los días en que los frentes de lucha estaban relativamente estabilizados, salvo esporádicos tiroteos entre las partes enfrentadas, mientras avanzaban las negociaciones para poner fin a la contienda y establecer un gobierno supuestamente “neutral”.
     En los días finales de la contienda de 1965, tuvimos algunos problemas con ciertos sectores del MPD que pretendías actuar, supuestamente en base a una torcida interpretación del “marxismo-leninismo”, en forma bárbara contra cualquiera que fuera sospechoso de ser agente de los yanquis o de Wessin. En ese sentido se creó una situación desagradable y peligrosa para sus vidas con Ramón Espinosa, un dirigente cristiano protestante que administraba una librería bíblica en la calle El Conde, y con el propietario del Colegio Mahatma Ghandi en la calle Arzobispo Nouel.
     Ambos hombres, inocentes de las acusaciones que se les atribuían, fueron defendidos ardientemente por mí y por otros dirigentes del MPD frente al grupo que pretendía aplicarles sanciones como espías al servicio del enemigo. 
     “No estamos en esta lucha para derramar más sangre que la ya vertida en los combates, sino para levantar la Bandera Nacional”, argumenté con vehemencia. De este modo, éstas y otras personas salvaron sus vidas y pudieron seguir desenvolviéndose normalmente dentro de la Zona Constitucionalista. Finalmente esos sectores anarquizados fueron neutralizados y la jefatura del MPD no permitió atrocidades en contra de nadie, ni permitieron que persona alguna, amparándose en el nombre del MPD, las cometiera.
     En las semanas finales de la lucha, el gobierno constitucionalista pidió a los partidos participantes en la contienda que contribuyeran con algunas armas para la integración de la Brigada Mixta Gregorio Luperón que se formaría con militares regulares de las diferentes ramas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional que tuvieron participación como combatientes defendiendo la soberanía nacional. Nos explicó Caamaño que, dentro de los acuerdos para poner fin a la guerra, se establecía como condición para ser aceptado en la Brigada Luperón, que aquel que se presentara como “militar constitucionalista combatiente” tendría que hacerlo con un arma en la mano, aunque estuviera dañada o averiada.
     En consecuencia nos pidió una contribución en armas y nosotros, el MPD decidimos donarles 25 armas largas, entre carabinas y fusiles. El “14 de Junio” le entregó unas 75 armas, en su mayoría fusiles, aunque tengo la seguridad de que además fueron entregadas algunas armas más pesadas como morteros o basukas. El PSP donó 25 armas y el PRD ofreció reunir algunas pero no precisó en ese momento la cantidad que donaría. El Social Cristiano alegó que no poseía una cantidad significativa, pero que más tarde estudiaría la cantidad que podría donar.
     Lamentablemente una cierta cantidad de armas largas, estimo en unas diez o quince, fueron incineradas y arrojadas en un foso existente en las ruinas de San Nicolás y posteriormente localizadas por sectores de los militares constitucionalistas, acción esta que fue realizada por sectores corrompidos que se abrigaban bajo el nombre del MPD. Tal acción irresponsable de esos hombres provocó una fuerte reacción de Caamaño quien me llamó, lleno de indignación, para darme la correspondiente queja. Le explicamos que la jefatura del MPD desconocía esas acciones y que aplicaríamos los correctivos adecuados. Monchín Pinedo, Condesito y yo tuvimos que dar la cara por ese acto de traición hacia un grupo de militares constitucionalistas que, sin un arma, aunque fuera maltrecha, no podrían integrarse a la Brigada Gregorio Luperón. Finalmente los militares constitucionalistas, con nuestra ayuda, restauraron hasta donde fue posible, la apariencia de dichas armas e ingresar así a la Brigada a ese número de hombres que, de otra manera serían asesinados sin piedad en las calles, como en efecto sucedió más adelante con un buen número de ellos.
     En los últimos días de la lucha de 1965, el Presidente Caamaño me mandó a llamar con algunos de sus ayudantes militares, quienes me indicaron que el Coronel de Abril quería hablarme sobre algo urgente y confidencial. A los pocos minutos me encontraba yo frente a él y, rápidamente hizo un aparte conmigo llevándome a un cuarto separado. “Lo que voy a decirte es rigurosamente secreto, quiero que lo sepan solamente las personas necesarias para el éxito y, nadie más.”
     ¡Cuente con nosotros!, le aseguré.
     “Pues bien”, prosiguió, “he recibido informes de algunas personas, concretamente de un guardia muy viejo y de un civil que me dicen estar seguros de que Trujillo mandó a ocultar en un sótano secreto de la Fortaleza Ozama una buena cantidad de armas y de dinero y otros valores que han permanecido ahí por muchos años”. Hizo una pausa como para organizar mejor sus ideas, y continuó diciendo: “Tú comprendes la importancia que tendría todo esto para el movimiento constitucionalista, pues podríamos pasar al nuevo campamento con un buen número de armas y, los recursos económicos, si los hay, deberán ser preservados escrupulosamente. Tú conoces la cantidad de “fieras” que hay aquí en la zona y sabes también lo que pasaría si se enteraran de algún descubrimiento importante”.
        “Claro, claro”, asentí.
        “Quiero que me busques seis u ocho hombres fuertes y preparados en trabajos de excavaciones y demoliciones, que además sean del partido de ustedes, es decir, que tengan conciencia del secreto y de la moral, para tratar con un grupo similar del “14 de Junio”, de encontrar algo de eso trabajando 24 horas al día”, prosiguió. “Se trata de un lugar estrecho y no pueden trabajar muchos hombres simultáneamente”.
     Le enviamos esos hombres y trabajaron vigorosamente excavando y perforando gruesos muros, como cuatro o cinco días, pero la noticia de la llegada del gobierno de Héctor García Godoy, acabó con el intento. Los muchachos que participaron en la infructuosa búsqueda, todos ellos miembros de base del MPD, dedicaron sus últimas horas de labor a ocultar las huellas de su trabajo, desapareciendo los escombros y resanando bien las partes cortadas por ellos.
      Pero, aunque se trataba formalmente de un “acuerdo de paz”, en el fondo los sectores más conservadores de la parte constitucionalista, forzaban día y noche por un acuerdo político que les garantizara sus derechos y privilegios aún a costa de la vida de los mejores combatientes del lado dominicano, militares constitucionalistas y combatientes de la izquierda. Con Héctor García Godoy y con Balaguer vendrían más derramamientos de sangre.

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