Teófilo Quico Tabar
Muchas personas, probablemente con razón, no logran entender determinados comportamientos de algunos de nuestra generación en la administración pública. En tal sentido creo necesario exponer situaciones que expliquen o justifiquen por qué nos denominan psicorrígidos o desfasados.
La razón es que todavía quedamos algunos a quienes nos ha tocado laborar en el Estado por muchos años con esquemas arraigados. Por eso, cada vez que nos encontramos en algún grupo en el que participa Federico Lalane, hace mención a que en el año 1960 trabajábamos juntos en el Banco Agrícola. Nos iniciamos desde abajo. En una especie de centro de aprendizaje del personal y de los procedimientos.
Por ejemplo: Durante el Gobierno de transición de García Godoy en 1965, siendo secretario general de la Asociación de Empleados Azucareros, le dije a un distinguido amigo de gran comportamiento y quien apoyó al movimiento constitucionalista, designado director del CEA, que tenía conflicto de intereses. Porque él era un gran colono. El contestó que si le vendiera caña al CEA podría serlo, pero que solo le vendía caña al Central Romana.
En 1979, el presidente Antonio Guzmán me había designado director interino del CEA. El director de este importante medio, más joven que yo, pero estaba en la redacción del periódico El Sol, podrá recordar un artículo que me causó bastante distanciamiento con amigos y políticos. En él me referí a la cantidad de funcionarios y empleados, incluso administradores de ingenios que eran al mismo tiempo colonos de caña. Lo cual no era un delito, pero representaban conflictos de intereses, en virtud de que tenían que supervisarse a sí mismos.
En el año 1983, como director de la Corporación de Fomento Industrial, designado por Salvador Jorge Blanco, encontré personas amigas y de gran talento como funcionarios, pero que eran miembros del Comité de Créditos y al mismo tiempo tenían oficinas para elaborar proyectos. Lo que creaba conflicto de intereses. Fui apoyado por los miembros del Consejo del Directores. En la Secretaría de Finanzas estaba José Rafael Abinader, en el Banco Central Bernardo Vega y en Industria y Comercio José Antonio Najri.
En 1986 en la Dirección General de Aduanas, produje una Norma Interna declarando que ningún funcionario o empleado podría tener relación directa ni indirecta con Agencias Aduanales, porque eso representaba conflictos de intereses. En el 2000, durante el Gobierno de Hipólito Mejía, siendo director general de Impuestos Internos, hice algo similar.
Y aunque provocó distanciamiento y disgustos con empleados y personalidades que los apadrinaban, debo admitir que con el tiempo lograron entenderlo.
Indudablemente los tiempos han cambiado. Las nuevas generaciones tienen visiones y esquemas diferentes. Sin embargo, nunca cambiarán las causas que provocan conflictos de intereses. Representan una gran tentación a dañar las buenas intenciones. Riesgos que junto a Bienvenido Brito y otros hemos advertido.
Aunque nos definan cascarrabias o fuera de contexto, lo hacemos sin intención de fastidiar ni dificultar. Advirtiendo y recordando los apóstoles Lucas y Mateo: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero.
Teófilo Quico Tabar
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