Teófilo Quico Tabar
Muchas veces se hace difícil comprender determinadas situaciones. Entre ellas, cuando un amigo de repente se va de este mundo. Como ocurrió con en entrañable Henry Acosta. Apenas unas horas antes me había enviado un mensaje sobre el artículo que escribí el jueves pasado, en el que referí que muchos que todavía estaban vivos y activos podrían dar testimonio, en el cual expresa textualmente: “Magnífico tu planteamiento sobre la Administración Pública y tu resumen sobre tu paso por varias dependencias y con varios Presidentes. Yo soy testigo de muchas de tus acciones”
Al recibir ese mensaje a las 11.34 am del jueves pasado, lo llamé y conversamos un rato. Al día siguiente, la infausta noticia de que Henry había fallecido.
Rosadina su hermana, que vistió los hábitos de monja, era contemporánea de mi hermana mayor. Henry me llevaba unos años y era compañero de mi segunda hermana. Su hermano Franklin, quien falleció no hace unos años, era mi compañero de estudios. Luego trabajamos juntos. Siempre se reía. Desde muchacho le decíamos risita. Siempre alegre.
Nunca olvido que en el 1957, poco después de que Salcedo fuera convertido en provincia, al salir de misa un domingo, Henry fue a mi casa, y con mi papá y mi mamá se trancaron en un cuarto a escuchar radio. En mi hogar sintonizaban emisoras “de fuera” que ofrecían informaciones sobre la situación dominicana. Tampoco olvidaré una expresión suya: “es el colmo tener que oír noticias de fuera para saber cómo estamos adentro”. Henry se incorporó desde joven al movimiento 14 de Junio. Fue a la cárcel. Fue un buen profesional, pero sobre todo un gran amigo.
Y por que hablo de buenos amigos y amigos buenos. Porque él era ambas cosas a la vez. Ya que la vida nos ha enseñado que hay quienes por diversas razones se conocen en los estudios, trabajo, política, deportes, vecindario, etc. Se establecen relaciones y se comparten, pero aún así, no todos tienen comportamientos como tal para ser denominados amigos buenos y buenos amigos.
Henry, además de buen profesional y gran ser humano, fue uno de los que nos enseñó desde pequeño a escuchar buena música. No solo 70 años atrás, sino siempre. Estando aquí o fuera, como ocurrió recientemente, desde México me envió varios videos de la música que a nosotros nos gusta. Y como siempre he mantenido un proverbio que aprendí desde pequeño, de que a los fallecidos siempre debemos recordarlos en los buenos momentos. Extrañaré mucho sus mensajes, sus videos, sus consejos, música y su positivismo.
Y como buen recuerdo de Henry, les transcribo otro trozo de otro artículo que escribí hace ya un tiempo, sobre el que me manifestó lo hacía suyo: “Todo lo que hay en nosotros de humano nos indica que la política, por grande que de hecho sea en ella la parte del arte y de la técnica, es una actividad intrínsecamente moral.
Por tanto resulta siempre una iniquidad y una perfidia realizar un acto injusto aún bajo el pretexto de que se hace en función del interés del Estado, porque la primera condición política de una buena política es que sea justa”.