Tal vez inspirado en las ideas de Jean-Claude Marie Vicent de Gournay o de Max Weber, el famoso actor mexicano Mario Moreno, Cantinflas, expuso en una película que la expresión burocracia proviene de una palabra del francés, beureau que significa escritorio u oficina, y del griego, cratie que significa fuerza o poder. O sea, el poder que se ejerce desde una oficina o un escritorio.
Pero esa idea de que desde un escritorio se ejerce poder, no solo tiene repercusión en los ciudadanos que tienen o deben concurrir a los diferentes departamentos en busca de soluciones a sus problemas o compromisos, sino entre los propios compañeros de labores. Por eso dicen algunos jóvenes con los que uno conversa sobre estos temas, que no es lo mismo laborar en un cubículo que en una oficina. Sobre todo si tienen puertas para la privacidad.
Ese concepto en manos de personas sin mucha conciencia de sus deberes y, peor aún, con la equivocada idea de que pueden utilizar el poder del escritorio o la oficina para asuntos no concernientes a sus deberes, ha resultado pernicioso a lo largo de la historia. Creando situaciones distorsionantes que han motivado los peores espectáculos que han estremecidas las conciencias.
La burocracia tiene muchas definiciones, entre ellas: organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios; conjunto de los servidores públicos; excesiva influencia de los funcionarios en los asuntos públicos; administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. A eso, y muchas otras cosas, se le llegó a denominar: el mal de la “Buromanía”
¿Pero, acaso es malo contar con organizaciones reguladas por normas para establecer un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que les son propios? No. Como tampoco lo es, contar con un conjunto de servidores públicos. Al contrario, eso es necesario e indispensable. Lo que sí hay que evitar son las excesivas influencias ineficientes a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas.
No solo porque desvirtúan el concepto de servicio que deben ofrecer los servidores públicos a los ciudadanos, sino porque además, son una de las causas de los males que provocan los mecanismos para crear vías oscuras y por debajo de las mesas. O para que servidores hábiles y con escasos escrúpulos hayan puesto trabas a sabiendas de la existencia de mensajeros solapados cuya misión es procurar soluciones poco transparentes. La burocracia bien llevada es buena. Como son buenos la mayoría de los servidores públicos.
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